Por: PGD Maria Claudia Perez D4271
En Colombia, la cocina no es solo alimento: es un puente que une corazones, un lenguaje sin palabras que transmite afecto, gratitud y comunidad. En cada rincón del país, un plato típico puede convertirse en una historia compartida, en una pausa que alimenta el cuerpo y fortalece los lazos del alma. En Rotary, donde el servicio y la amistad son pilares fundamentales, la comida colombiana encuentra un espacio para recordarnos que servir también es sentarse a la mesa, escuchar, compartir y sanar.
Desde la Costa Caribe, llega el inconfundible arroz con coco y pescado frito. Su sabor salado y dulce, el crujir de la piel dorada y el aroma del mar evocan tardes en comunidad, donde todo se comparte: la brisa, las historias, las sonrisas. Así como en Rotary tendemos la mano sin esperar nada a cambio, en la costa se sirve con generosidad: lo que hay en la olla es de todos. En una jornada de servicio, nada reconforta más que terminar el día bajo el sol, rodeado de amigos, con este plato que es una celebración a la vida compartida.
En Antioquia, el corazón de las montañas nos ofrece la bandeja paisa, un plato generoso que parece haber sido diseñado para alimentar no solo al estómago, sino también a la voluntad. Frijoles, carne molida, chicharrón, huevo, plátano, arepa, arroz y aguacate... una abundancia que refleja el espíritu rotario: dar más de lo que se espera, servir más allá del deber. Cada ingrediente es una historia, una tradición, y juntos nos recuerdan que la fuerza de un equipo está en la suma de sus partes. Así es también Rotary: una bandeja diversa, rica y poderosa, unida por un propósito común.
En los Santanderes, el cabrito con pepitoria honra el carácter firme de sus gentes. Este plato, hecho con carne de cabro tierna y acompañado de arroz sazonado con las vísceras del animal, es una muestra de respeto por la tradición y el aprovechamiento consciente de cada ingrediente. Como en Rotary, donde valoramos el conocimiento ancestral y el trabajo dedicado, este plato simboliza el compromiso de transformar lo cotidiano en algo extraordinario. Servir también es reconocer la riqueza que existe en nuestras raíces.
Desde el Valle del Cauca, el sancocho de gallina convoca a las familias alrededor del fogón. Cocinado lentamente con yuca, plátano, papa, mazorca y hierbas frescas, este caldo espeso y aromático no solo alimenta: une. No hay reunión familiar ni celebración rotaria en la región donde falte un buen sancocho, servido en grandes ollas y con cucharas compartidas. Es un plato que representa la calidez humana, la cooperación y el espíritu de hospitalidad que también nutren a Rotary. Como en cada proyecto comunitario, el sabor nace del tiempo, del compromiso y del deseo de ver a todos bien alimentados, en cuerpo y alma.
Y desde Bogotá, el altiplano nos abraza con el calor espeso y reconfortante del ajiaco santafereño. Papas de distintas texturas, mazorca dulce, pollo desmenuzado y la hoja de guasca que lo transforma todo. Es un plato que habla de paciencia, de tiempo invertido, de cuidado. Como en cada proyecto rotario, el verdadero valor no está en la rapidez, sino en el compromiso de construir algo que realmente nutra. Compartir un ajiaco entre amigos rotarios es como mirar una obra terminada: un caldo lleno de historias, de trabajo silencioso y de amor por lo que se hace.
En cada cucharada de nuestra gastronomía se esconden los valores que Rotary defiende: el respeto por la diversidad, la alegría del encuentro, el compromiso con el otro y la voluntad de servir. Colombia no solo se cocina: se construye con afecto, con entrega, con el deseo genuino de transformar vidas. Porque en este país, como en Rotary, el servicio es un plato que siempre se sirve caliente, con una sonrisa, y mejor aún si se comparte con amigos.